Desde el 11 de febrero, en Francia, cualquier
ciudadano puede abrir una cuenta bancaria en un estanco-quiosco si presenta un
carné de identidad y un teléfono móvil, siempre que el estanco sea uno de los
60 autorizados a ejercer como banco por el Estado.
Su cofundador, el exbanquero Hugues Le Bret, enfatizó
que sus clientes serán “los que conducen un Logan, vuelan en easyJet y llaman
con Free”. Y presentó un eslogan que da ganas de llevarse la pasta al estanco
mejor hoy que mañana: “100% útil, 0% tóxico”.
La novedad viene de Bruselas, que aprobó una
directiva en 2007 autorizando a abrir servicios financieros a otros agentes
económicos además de los bancos. Francia la traspuso en 2009, bajo el Gobierno
de la derecha.
El espíritu de la Cuenta Níquel, nombre que recibe
este tipo de cuentas, es su bajo coste, según afirman Le Bret, exempleado de
Société Générale, y Ryad Boulanouar, el ingeniero que inventó el pase Navigo,
la tarjeta que permite usar los transportes públicos con una simple recarga.
La publicidad de las cuentas promete que los gastos
anuales no superarán los 50 euros (lo normal en Francia es pagar entre 10 y 20
euros mensuales por mantener una cuenta corriente), pero asegura que se dirige
a todo tipo de personas, “ricos y pobres, jóvenes y viejos”.
El principal objetivo son los clientes que no quieren
saber nada de los bancos y aquellos a quienes los bancos no quieren.
Anticapitalistas de todo pelaje y malos pagadores, por tanto, serán aceptados
en estos estancos financieros que casi profetizó Fernando Pessoa al escribir su
poema Tabaquería y su cuento El banquero anarquista.
La ganga tiene
contraindicaciones, que quizá algunos agradecerán: los descubiertos están
prohibidos, y en cuanto se encienda la luz roja el titular será advertido
mediante un SMS. No hay posibilidad de pedir créditos y tampoco cheques, pero
el cliente puede realizar pagos y transferencias con una Mastercard de uso
común, pagando 20 euros anuales.
Otra aparente ventaja de este tipo de banco, es la
rapidez: la apertura de la cuenta no dura más de cinco minutos, lo necesario
para que el estanquero escanee el DNI en la máquina Nickel: esta cruza los
datos con los ficheros que utilizan los bancos de verdad (personas
políticamente sensibles, terroristas, etcétera), y registra el número de móvil
y la firma electrónica del cliente.
¿Asistimos al principio de la liberalización de un
sector ultraprotegido? Los escépticos creen que la Cuenta Níquel no sustituirá
a la banca tradicional porque no da préstamos, hipotecas ni productos para
ahorrar. Sus creadores replican que, al menos, permitirá a los usuarios “pagar
menos por los servicios bancarios”.
Pero tampoco conviene fiarse. Algunos analistas
afirman que la banca low cost es un proyecto del capitalismo insaciable para
integrar en el sistema a los clientes frágiles o rechazados por las entidades
serias —inmigrantes sin papeles, personas sin techo, parados y demás excluidos
del paraíso—.
Los creadores del invento esperan tener 5.000 cuentas
a finales de año, y recuerdan que en Francia hay 27.000 estancos (muchos de
ellos, en manos de chinos), que ven cada día a 13 millones de fumadores más o
menos cabreados con sus bancos. Para tranquilidad de posibles incautos, la
banca de los tres peniques estará supervisada por la Autoridad de Control
Prudencial y de Resolución.
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