El lavado de manos es un hábito que aprendemos desde
niños y se convierte en una práctica habitual, casi mecánica, antes de cocinar,
comer o después de ir al baño. Pero, ¿es suficiente?
En el mundo occidental se acostumbra a estrechar las
manos como saludo, a taparse la boca con las manos cuando se estornuda y,
además, manejamos con ellas dinero y productos, o nos agarramos en el metro o
el autobús en el mismo sitio que lo hacen miles de personas cada día.
Si tenemos en cuenta que las manos nos ponen en contacto
con las personas, animales y cosas que nos rodean, y que, por ello, son un
transmisor natural de gérmenes, llegaremos a la conclusión de que debemos poner
más atención al hábito de echarse jabón, frotar, aclarar y secar.
Debido a
la cantidad de objetos que tocamos cada día -dinero, picaportes, interruptores,
teclado del ordenador, barandillas o el volante del coche- entramos en contacto
con caldos de cultivo de bacterias. Esto hace necesario que nos lavemos las
manos también siempre que lleguemos a nuestro centro de trabajo y antes y
después de las reuniones. De este modo, reduciremos las posibilidades de
contagio.
Tomar medidas de prevención para evitar infecciones es preferible a caer enfermo y tener que recibir tratamiento. En época de resfriados o en el verano que se pasa más tiempo fuera de casa, todos deberíamos hacer un esfuerzo para ser tan higiénicos como fuera posible.
Tomar medidas de prevención para evitar infecciones es preferible a caer enfermo y tener que recibir tratamiento. En época de resfriados o en el verano que se pasa más tiempo fuera de casa, todos deberíamos hacer un esfuerzo para ser tan higiénicos como fuera posible.
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