Desde mediados del
siglo XIX que aparecen los primeros sindicatos de clase –superando los
sindicatos de oficio o gremios existentes- uno de sus objetivos
fundacionales fue la lucha por la emancipación de los trabajadores. Esto es, la
conquista de unas condiciones de trabajo y de vida dignas, la búsqueda de un
reparto de la riqueza más equilibrado a través de mejoras sociales: educación,
sanidad, vivienda... haciendo compatibles el progreso económico y la cohesión
social (personal, territorial, género…).basado en la igualdad, combatiendo la
marginación y la exclusión social.
Casi dos siglos después de
desarrollo del capitalismo industrial, pocos dejan de reconocer la contribución
fundamental del movimiento sindical en el avance y conquista de derechos
laborales, sociales y de bienestar social, incluida la defensa de la democracia
y las libertades, como recoge el reciente “Manifiesto en defensa de la actividad sindical” del
pasado 27 marzo: “En los países donde hay
sindicatos fuertes y bien implantados las desigualdades sociales son menores y…
también la economía ha progresado más y se ha hecho más eficiente, productiva,
dando lugar a mayores niveles de empleo”.
Es en este contexto, donde
el movimiento sindical de forma permanente, a través de la negociación y de la
presión, cuando ha sido necesaria, aparece como firme baluarte y defensor, ante
empresarios y gobiernos, de empleos de calidad y con derechos para todos.
Ahora, ante las políticas antisociales (especialmente la nefasta Reforma
Laboral de febrero de 2012, recortes…) del Gobierno del PP, como vienen
poniendo de manifiesto los sindicatos de clase con propuestas, movilizaciones y
huelgas y, cuando ha sido necesario, también ante gobiernos socialistas.
La pregunta es: ¿Hasta dónde
hubieran llegado los poderes económicos si no existieran los sindicatos de
clase en nuestro país? Desde ciertos medios de comunicación, empresariales y,
especialmente, con la llegada del PP al Gobierno en noviembre de 2011, se
pretende el debilitamiento, si no la liquidación de los sindicatos: “volver a
empezar”, a “revisar” el modelo de sociedad construida con esfuerzos, luchas y
sacrificios de generaciones de trabajadores y trabajadoras.
Con esta injusta política
económica y social, se ha profundizado la transferencia de rentas del
trabajo, -a través de la creciente productividad y los beneficios generados por
la tecnología, combinada con la devaluación salarial…- hacia las rentas del
capital, rompiendo uno de los consensos básicos de la Transición, reflejados en
la Constitución de 1978: “Los principios rectores de la política social y
económica” del Capítulo III.
En plena crisis, las
políticas de ajuste (“austericidio”) no sólo están siendo inútiles para
combatir el desempleo, sino que han invertido, todavía más, el signo de la
redistribución de la riqueza.
Hoy, igual que al inicio del
capitalismo, según Informes recientes tanto de la sociedad civil (Caritas,
Intermon Oxfam…) como públicos (OCDE, Banco Mundial, Euroestat…), los ricos son
cada vez más ricos y los pobres, más pobres, incrementándose el desempleo, el
sufrimiento, las desigualdades y la conflictividad social, incluido el drama de
la inmigración.
Más que nunca, los
sindicatos cuestionan el sentido, orientación y resultados de este “modelo de
crecimiento” (globalización neoliberal) que provoca exclusión humana,
despilfarro productivo y altos riesgos medioambientales (como recuerda un
reciente Informe de la ONU). Un debate que traspasa a toda la sociedad,
especialmente a los partidos de izquierda, que deberán plantear nuevas normas y
reglas del juego, apostando por una economía productiva frente a la
especulación financiera (“economía de casino”); el respeto al medio ambiente y
los derechos humanos y sociales.
Ante el fracaso del
principal axioma neoliberal: “Primero, crecer y luego repartir” (sin que nunca
llegue el momento de repartir), los sindicatos plantean “Crecer de forma
sostenible, repartiendo y con justicia social”. Situando al empleo como
elemento fundamental del vínculo social (un modo de vivir y trabajar en paz y
democracia), que han conformado durante años el “modelo de sociedad europeo”.
Para el movimiento sindical,
el empleo con derechos es la forma de compartir valores y compromisos con la
sociedad en la que trabajamos y vivimos. La “dignidad del trabajo” (el “Trabajo
digno”, según las Normas de la OIT) no sólo conforma la identidad personal, la
autoestima... sino que dan “sentido de pertenencia” o de
“ciudadanía universal”.
En el umbral del siglo XXI,
este modelo de sociedad, lejos de ser “reducido”, debe ser reivindicado en los
grandes debates sobre la globalización (G-20, OMC, “cláusula social”...) donde
el empleo, con derechos y protección, deben ser la “centralidad” de
las alternativas económicas y políticas en el ámbito nacional, europeo e
internacional, frente a la actual.”senda de la barbarie”.
Podemos concluir, retomando
a Galbraith: “...un mayor equilibrio en la
distribución de la riqueza, se traduce en una fuente de paz social, y esa paz
social es tan importante para los ricos como para los pobres”.
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