lunes, 24 de marzo de 2014

Divino fracking financiero

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Los terremotos deben su mala fama a la impredecibilidad, causa principal de sus nefandos efectos, que los coloca en un anaquel de la naturaleza accesible sólo a dioses. El ser humano, a su merced, parece preparado para sufrirlos sin otra opción que el lamento,resignado en el perdedor y solidario en el superviviente, poco o nada más. Tras la hecatombe, el episodio aislado de una mano agitada entre los escombros subraya la impotencia del ser humano, su sino mortal.
Hay seismos cuya naturaleza porta la huella humana y es en ellos donde la sociedad desata sus iras y sus fobias. El fracking mueve comarcas, zarandea edificios y ajetrea conciencias, unas a favor, las de los ganadores, y otras en contra, las de supervivientes y perdedores. El miedo a que el cielo se desplome sobre sus cabezas, ha llevado a la ciudadanía de Las Lomas (Jaén) o de la costa de Vinaròs (Castellón) a pronunciarse en contra de esta práctica porque ha habido predecibilidad sísmica y Florentino Pérez no es réplica divina.
Amén de la vía natural, el hombre ha mostrado sobrada capacidad para inducir temblores sociales con artificiales epicentros igualmente destructivos. El fracking financiero es muestra y prueba de ello. Durante décadas, se ha inyectado etéreo dinero tóxico en la economía cotidiana hasta fracturar el sustrato vital de millones de personas cuyas capacidades laborales y adquisitivas yacen inertes bajo los escombros de una crisis, presentada como fatalidad divina, que no es sino humana estafa.
Los dioses surgen de la nada o habitan sus fronteras. Los dioses no se ven, no se oyen, no se palpan, para esos menesteres se valen de oráculos, videntes y sacerdotes consagrados a la infalible interpretación de sus designios y a la prédica de virtudes y vicios relacionados. En Wall Street ardió la zarza de la que surgió la voz de Dios revelada a Fitch, Standard & Poor’s y Moody’s, Santísima Trinidad bursátil tocada de divina infalibilidad, profetas espurias y trucadas en mercantil cónclave.
El fanatismo neoliberal insiste, talibán incansable, en señalar la crisis como castigo divino a pecados por otros cometidos, entre ellos quienes la padecen. El dogma marca que no se ha de cuestionar, ni discrepar siquiera, el cataclismo sobrevenido, que ha de aceptarse sin duda ni merma la palabra de los arúspices, aun siendo cierta la sopecha de que su sagrada boca es la misma, una, que la de sus ministros y validos. Ellos se otorgan la triple potestad de enseñar, gobernar y santificar a los hombres.
Mal se comprende que, para apuntalar el carcomido sistema bancario, se fuerce la pobreza de millones de personas cercenando la inversión social del estado. No dispone de baranda ética a que asirse un sistema laboral que desciende al infierno de la indignidad humana para escoger mano de obra abaratada. Ni se entiende, ya se odia, la complacencia carroñera de los consejos de administración al disfrutar sus festines de generosos bonus, desmesuradas indemnizaciones y sangrantes ganancias, trufados de EREs, reducción salarial y gratuitos despidos, cuando no deslocalización globalizada.
Oráculos de sotana y olla agitan la prima de riesgo, pitonisos mercenarios salmodian ambiguos pronósticos y oficiantes interesados dirigen el vía crucis, todos a una ofrecen el sacrificio ritual de no uno, sino de millones de corderos. Ahora hablan de recuperación, milagro de polichinela, y caminos de salvación, laberintos de descuideros. La verdad no revelada es que la estafa orquestada es ilegítima y la deuda contraída, en contra de los intereses ciudadanos, es odiosa. Como tal, la deuda externa, el rescate de la banca, no debe ser pagada, y la penitencia reformista de recortes en derechos cívicos ha de ser en breve derogada.

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