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Los terremotos deben su mala fama a la impredecibilidad, causa principal de sus nefandos efectos, que los coloca en un anaquel de la naturaleza accesible sólo a dioses. El ser humano, a su merced, parece preparado para sufrirlos sin otra opción que el lamento,resignado en el perdedor y solidario en el superviviente, poco o nada más. Tras la hecatombe, el episodio aislado de una mano agitada entre los escombros subraya la impotencia del ser humano, su sino mortal.
Hay seismos cuya naturaleza porta la huella humana y
es en ellos donde la sociedad desata sus iras y sus fobias. El fracking mueve comarcas, zarandea edificios y
ajetrea conciencias, unas a favor, las de los ganadores, y otras en contra, las
de supervivientes y perdedores. El miedo a que el cielo se desplome sobre sus
cabezas, ha llevado a la ciudadanía de Las Lomas (Jaén) o de la costa de
Vinaròs (Castellón) a pronunciarse en contra de esta práctica porque ha habido
predecibilidad sísmica y Florentino Pérez no es réplica divina.
Amén de la vía natural, el hombre ha mostrado sobrada
capacidad para inducir temblores sociales con artificiales epicentros
igualmente destructivos. El fracking
financiero es muestra y prueba de ello. Durante
décadas, se ha inyectado etéreo dinero tóxico en la economía cotidiana hasta
fracturar el sustrato vital de millones de personas cuyas capacidades laborales y
adquisitivas yacen inertes bajo los escombros de una crisis, presentada como
fatalidad divina, que no es sino humana estafa.
Los dioses surgen de la nada o habitan sus fronteras. Los dioses no se ven, no se oyen,
no se palpan, para esos menesteres se valen de oráculos, videntes y sacerdotes
consagrados a la infalible interpretación de sus designios y a la prédica de
virtudes y vicios relacionados. En
Wall Street ardió la zarza de la que surgió la voz de Dios revelada a Fitch,
Standard & Poor’s y Moody’s, Santísima Trinidad bursátil tocada de divina
infalibilidad, profetas espurias y trucadas en mercantil cónclave.
El fanatismo neoliberal insiste, talibán incansable,
en señalar la crisis como castigo divino a pecados por otros cometidos, entre
ellos quienes la padecen. El
dogma marca que no se ha de cuestionar, ni discrepar siquiera, el cataclismo
sobrevenido, que ha de aceptarse sin duda ni merma la palabra de los arúspices,
aun siendo cierta la sopecha de que su sagrada boca es la misma, una, que la de
sus ministros y validos. Ellos se otorgan la triple potestad de enseñar,
gobernar y santificar a los hombres.
Mal se comprende que, para apuntalar el carcomido
sistema bancario, se fuerce la pobreza de millones de personas cercenando la
inversión social del estado. No
dispone de baranda ética a que asirse un sistema laboral que desciende al
infierno de la indignidad humana para escoger mano de obra abaratada. Ni se
entiende, ya se odia, la complacencia carroñera de los consejos de
administración al disfrutar sus festines de generosos bonus, desmesuradas
indemnizaciones y sangrantes ganancias, trufados de EREs, reducción salarial y
gratuitos despidos, cuando no deslocalización globalizada.
Oráculos de sotana y olla agitan la prima de riesgo,
pitonisos mercenarios salmodian ambiguos pronósticos y oficiantes interesados
dirigen el vía crucis, todos a una ofrecen el sacrificio ritual de no uno, sino
de millones de corderos. Ahora hablan de recuperación, milagro de polichinela,
y caminos de salvación, laberintos de descuideros. La verdad no revelada es que la
estafa orquestada es ilegítima y la deuda contraída, en contra de los intereses
ciudadanos, es odiosa. Como
tal, la deuda externa, el rescate de la banca, no debe ser pagada, y la
penitencia reformista de recortes en derechos cívicos ha de ser en breve
derogada.
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