martes, 21 de agosto de 2012

La crisis agrava los suicidios en Italia

El pasado domingo, un parado de 48 años se quemó a lo bonzo en un descampado a las afueras de Turín, al norte de Italia. La policía halló junto a su cadáver una botella con restos de líquido inflamable y, en el piso en el que vivía solo, una nota en la que describía las razones de su suicidio: había perdido su trabajo y no había conseguido encontrar otro. Un caso muy similar se produjo el pasado 11 de agosto en Roma, frente a la sede del Congreso de los Diputados en la capital italiana. Poco después de la medianoche, Angelo Di Carlo, un antiguo obrero de 54 años que había perdido su trabajo se roció con líquido inflamable, sacó un mechero y se prendió fuego. Pese a que los carabinieri consiguieron extinguirlo, Di Carlo no sobrevivió a las heridas. Murió anoche, tras permanecer ocho días hospitalizado, a consecuencia de las quemaduras que presentaba en el 85% de su cuerpo.
Di Carlo era viudo y estaba inmerso en un proceso judicial contra sus hermanos por una herencia. En su mochila se hallaron dos cartas: una para su abogado y otra para su hijo, al que dejaba una herencia de 160 euros. 

La ola de suicidios se ha incrementado en Italia en los últimos meses. Al menos una treintena se han registrado en lo que va del año.

La crisis económica que sacude Europa –-de Italia en la primera línea– desde hace ya tres años, ha minado la base económica de la vida de muchas personas. En Italia, los suicidios presuntamente vinculados a las dificultades económicas aumentaron un 52%, pasando de los 123 del año 2005 a los 187 de 2010, según datos de la Policía (que cuando registra un suicidio debe señalar en el acta la supuesta motivación).
El fenómeno se manifestó con mucha fuerza en primavera, dejando al país conmocionado y desalentado, cuando una larga serie de emprendedores y parados se quitaron la vida. Muchos lo hicieron en privado. Otros, sin embargo, lo hicieron en la calle otorgando a su acto un matiz de protesta o de acusación contra las instituciones. Los periódicos, entonces, empezaron a hablar de “suicidios por la crisis económica”. En algunas manifestaciones organizadas contra la reforma laboral aprobada por el Gobierno, aparecieron camisetas con el texto: “Fornero [ministra de Trabajo] asesina”. La tensión era muy alta. Sindicatos y gremios de emprendedores –insolitamente unidos – reclamaron más atención y sensibilidad sobre el tema. En algunas ciudades nacieron teléfonos y consultas de apoyo a los trabajadores con dificultades.
El mayor número de muertes se registró en el Véneto, la llamada “locomotora de Italia”; la región que en los años noventa fue el motor del crecimiento económico del país, sobre todo gracias a una difusa y tozuda red de pequeñas empresas. En los últimos tres años, se suicidaron allí 30 emprendedores por razones vinculadas a su trabajo: bajadas en los encargos, falta de crédito por parte de los bancos o deudas.
En primavera el fenómeno se amplió a otras zonas de Italia, en ciudades como Catania (Sicilia) y Roma. Un albañil de 58 años abrió la triste letanía de muertes en Bolonia, al norte del país. El 28 de marzo, se encerró en su coche, en el gran aparcamiento situado frente a la oficina de Hacienda de su ciudad y se prendió fuego. Cuando lograron sacarlo del vehículo tenía el 95% de su cuerpo quemado. Murió 9 días después en la cama de un hospital. Las cartas que dejó a su mujer decían que no pudo soportar el lastre de una deuda con Hacienda.
A pesar de los titulares y de la lectura más inmediata, los psicólogos advierten: “Las personas no se suicidan por la crisis --comenta Manuela Colombari, presidenta del colegio de psicólogos de Emilia Romaña, Bolonia--. No se trata solo de las deudas o la quiebra de su empresa. El suicidio es el resultado de muchos factores muy íntimos. Es la red de apoyo, el entramado social, lo que ha menguado y les ha dejado solos. Y sobre esto tenemos que actuar. Todos”.

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